31 de diciembre de 2014

Qué más da.

Lo que menos me gusta de las despedidas es decir adiós. Creo que esto ya lo dijo alguien, pero qué más da. A veces se nos nubla el corazón y se nos embota la mente, o del revés, qué más da. La verdad es que sólo quiero dormir sin pensar en el mañana, pero es contradictorio porque cuanto más insisto en no evocar su risa, más presente está... Y qué más da. O no... quizá sí da algo. Da rabia e impotencia no saber qué hacer, tener tantas cosas delante y sólo querer una... no decir adiós. Quedarte en el mismo sitio con la misma persona... o no. Porque no sabes si seguirá saliendo bien y si estás perdiendo por querer ganar. A veces la confusión es tan grande que lo mejor es dejar que se convierta en lágrimas y abrazar la almohada mientras dejas que te ahoguen. O no... Quizá salir fuera a reírte tú también mientras saboreas ese asqueroso sabor a regaliz negro que a él tanto le gusta... Ah, la vida y las despedidas... que no tienen por qué serlo, pero que en un segundo vienen, te dan una hostia y te dejan ahí tirada con tus miedos y tus dudas.

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