7 de febrero de 2012

Sonrisa.

Simplemente, existen. Son aquellos que cuando tienes ganas de dormir, de que todo desaparezca, de que nadie ni nada te moleste, de que no entren más moscas absurdas en tu cabeza... vienen. Te buscan y te encuentran con la misma facilidad con que encontrarían un coche rojo en un desguace lleno de coches completamente negros.
Y con una simple mirada, ya saben qué te pasa. Entonces es cuando verdaderamente te sientes segura, cuando sabes que puedes contar cuatro mil cosas distintas durante horas, que sus oídos nunca van a cansarse y no sabes cómo, al final de todo, saben hacerte sonreir. Si no están cerca, te llaman tan sólo para ver si aún sigues respirando. Y llena y llega mucho que se acuerden de ti, aunque sea para decirte buenas noches.
Cositas como esas hacen que todos los amigos sean especiales, sí. Pero hoy, en concreto, hablo de uno sólo. Mi pequeño guardaespaldas en las fiestas, que me tapa mientras bailamos. Mi compañero de risas, chistes y locuras. También mi compañero de criticoneo, todo sea dicho jajaja.
Sí, él, con sus abrazos, con sus bailes, con las fiestas en su casa, con sus llamadas para decirme que es demasiado pronto para irme a dormir... pero sobre todo, por su amistad: por esos días de luz que me ha dado cuando todo se volvía más oscuro, casi sin saberlo. O por esas llamadas (sí, nos encanta hablar por teléfono) cuando menos lo esperaba, para preguntarme simplemente cómo estoy y subirme el ánimo.
Sí, él, mi pequeño gran amigo. Paco, el que tantísimas veces ha sabido pintarme, cuando más lo necesitaba, mi mejor sonrisa.

No hay comentarios: