30 de noviembre de 2011

Inconformismo.

Tic, tac, tic, tac. El reloj no deja de sonar, de meternos prisa, de asfixiarnos. Nos vemos encerrados en una cárcel de tiempo y no sabemos cómo escapar muchas veces de ella. El camino es cada vez más largo y duro y nos perdemos. A cada paso que das todo es distinto: en un segundo algo o alguien está, y al siguiente ya no. Simplemente porque sí; sin más lógica, sin más nada.
Entonces, miras a tu alrededor y hay veces que, aunque estés rodeada, te sientes sola. Condenada y terriblemente sola. Y el maldito camino sigue ahí, delante tuya, esperándote y, si cabe, sonriéndote, retándote a atravesarlo si es que puedes.
Y de repente, te levantas y le plantas cara al miedo. El tictac sigue pitando en tus oídos, casi puedes tocarlo... pero decides romperlo. Ya no hay normas, ya no hay prisas. Ahora todo va a tu antojo: sin reloj; sin tener que acelerar el paso para alcanzar un sueño; sin tener que quebrarte la cabeza para que las piezas de tu puzzle encajen en apenas décimas de segundo. Ahora eres la dueña de tu tiempo.
Porque lo mejor, comprendes al final, fue hacerle frente al miedo y romper los relojes que te ataban a cada paso. Lo mejor, sonríes, ha sido tu inconformismo.

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